martes, 27 de octubre de 2015

Immaculée

Este es un post atípico y estas cosas a mí me gustan mucho acá. Como me gusta lo parecido, lo planeado, lo que sigue una línea editorial y así edita y descarta, en otros casos.

Ayer tuve la oportunidad de sentarme a escuchar con su propia voz a Immaculée Ilibagiza contando su historia. Éramos más de 700 personas escuchando en absoluto silencio su testimonio, en el mismo lugar en el que almorzamos todos los mediodías en el lugar donde trabajo.

Immaculée nació en Ruanda y es de los pocos miembros de la tribu tutsi que sobrevivieron al genocidio que tuvo lugar en ese país en 1994, adonde murieron más de un millón de personas en noventa días.

Al mismo tiempo que yo iba al colegio y disfrutaba feliz de mi adolescencia, a ella la perseguían hordas enardecidas de hutus (tribu ruandesa) munidos de armas y machetes con los que descuartizaban a hombres, mujeres y niños tutsis a los que consideraban "cucarachas" a las que había que exterminar.

En cuanto conocí su historia no pude evitar trasladarme a esa época y pensar qué distinto era lo que yo estaba viviendo, a lo que ella estaba sufriendo. Me pasó casi en cada página del libro "Sobrevivir para contarlo" en el que Immaculée abre al mundo lo que le tocó vivir, y me sentí bendecida por eso.

También me surgió la pregunta: ¿Y el mundo adónde estaba?, ¿Hacia dónde miraban las grandes potencias, los países vecinos, la comunidad internacional? Y a esa le siguió: ¿Cuántas cosas están pasando en este momento en el mundo que el mundo mismo está ignorando? Cuántas Immaculées habrán hoy en día.

Ella sobrevivió después de estar encerrada tres meses en un baño de 1m x 1,20m junto a otras siete mujeres.

Durante largos días de encierro odió cada centímetro de ese baño y a los asesinos que requisaban periódicamente la casa en la que estaba escondida. Pero cuando salió supo que lo que había pasado afuera, en las aldeas y ciudades de su país, había sido el infierno mismo.

Veintiún años después del genocidio, Immaculée viaja por el mundo contando cómo el poder de la oración, el rezo del Rosario y el amor de Dios, le dieron la fuerza para perdonar a los asesinos de su familia, y cómo el perdón le dio la libertad que el odio y la ira le habían quitado. No es fácil entenderlo, pero Immaculée es creíble. Su mirada, sus gestos y la paz que transmite confirman lo que dice con palabras.

En ese baño rezó desde que se despertaba hasta que se dormía, y habló con Dios, a quien cuestionó primero, hasta que se abandonó confiada en su promesa de que nunca la iba a dejar sola.

Immaculée irradia dulzura, serenidad y alegría, humildad y también sabiduría. Escucharla emociona y ayuda a recordar que cada hora es un regalo y que la vida misma es un milagro.




Su charla fue un resumen de su libro, con la calidez de su tono suave y cadencioso, por momentos emocionado, por momentos triste pero con un fondo de alegría en el corazón.

"Al principio esperaba que Él me mostrara todo mi futuro de una sola vez, quizá a través de una manifestación exagerada de rayos y truenos (para estar segura). Luego aprendí que Dios nunca nos muestra algo que no estemos listos para entender. Más bien, Él nos permite ver lo que debemos ver y, cuando estamos listos, nos coloca en el sendero que más nos conviene... No obstante somos nosotros mismos quienes debemos caminar".

"Aprendí que Dios no trabaja según una escala horaria humana y que los milagros vienen a nosotros a través de la fuerza de la oración, no de los calendarios". 


Las fotos son de algunas de las tantísimas charlas que dio Immaculée, y las busqué en internet.
Su color de piel no puede ser más lindo y la combinación con azul y plateado es un GRAN acierto.

Lo primero que dijo, para empezar, fue que había una coincidencia entre nosotros y ella, y que era el amor al Papa Francisco. Así se llevó el primero de todos los aplausos que vendrían después.







miércoles, 2 de septiembre de 2015

Septiembre

En la vida hay que salir a buscar lo que uno quiere...


...hay que elegir, y renunciar a lo que no es para uno.
 


Hay que entregarse con pasión a la tarea, cuando se está convencido de lo que se está haciendo.
Incluso exponiéndose a los peligros de perder el control de lo que sucede alrededor.

 

 
La vida necesita tiempo. 
 

Ese que uno cree que controla.

 
A veces sus tiempos no coinciden con el plan que uno armó, pero la vida se ríe de los planes infinitesimales que uno propone. ¿Acaso alguien dijo que tenía que responder a ellos?
 


Y en el camino enseña al que está dispuesto a mirar.


Y al que tiene ganas de aprender a jugarla.







 
 


jueves, 13 de agosto de 2015

Aire serrano

Un paseo en auto de Buenos Aires a Córdoba. Del Valle de Calamuchita al Valle de Traslasierra por el camino de las Altas Cumbres, a 2.200 metros sobre el nivel del mar.

Córdoba es de esos lugares a los que siempre se vuelve.

Las sierras, los ríos, los bosques y los arroyos que la atraviesen la convierten en una buena opción para bajar las revoluciones que exige la vida en Buenos Aires. Al ritmo de la vida urbana porteña el cuerpo regula alto, como el auto cuando se lo fuerza. Es como si todo el tiempo uno estuviera subiendo una cuesta. Para reconocerlo basta con alejarse unos kilómetros.

Puede que seamos como cables que resisten una tensión determinada. Supongamos que son 1.000Kw. Se puede funcionar recibiendo 1.000Kw todos los días, pero al límite. No hay margen para que nada ni nadie aumente la tensión que pasa por el cable, porque salta la térmica o se quema el sistema.

Tal vez por eso al principio tanta quietud produce un choque en el recién llegado. ¿Dónde está la gente?, ¿Qué hace la gente en este lugar?, ¿No parece un pueblo fantasma? La primera sensación es que la psicosis que hace ver a un potencial delincuente en cada persona desconocida, resulta obsoleta.

A medida que pasan los días, las preguntas van dejando lugar al disfrute de la quietud y de los momentos: hay tiempos para el trabajo y otros para el descanso. Todo no está disponible siempre. Se siente un rato de aburrimiento, hasta que uno se da cuenta de que en realidad lo que está pasando es que dejó de estar sobre estimulado. Aparecen los ratos de nada, tan olvidados. Ratos de estar con uno, de mirar el fuego, de pensar, de mirar los árboles y de conversar con la gente. Lo que pasa es que uno no está apurado, eso es. Surge la oportunidad de retomar conversaciones y de hablar como si no se conociera a la persona con la que uno convive. Reviven anécdotas que llevan a reírse a carcajadas en el salón comedor de un hotel de los años 30, que bien podría ser el de un barco. Contando la nuestra, son tres las mesas ocupadas que María Inés atiende con dedicación y esmero. El menú consta de dos entradas, una siempre fue sopa durante las tres noches que duró nuestra estadía, para alegría de mi alma, seguidas de plato principal y postre. Todo con gusto a comida casera.

El Hotel Yacanto queda en Yacanto de Traslasierra. El pueblo se llama así porque hay otro con el mismo nombre en el Valle de Calamuchita, ubicado casi a la misma altura pero del otro lado del Cerro Champaquí. Hubo una época en la que ambos formaban parte de una misma estancia que cruzaba las Sierras Comechingones.

Llegamos por el camino de las Altas Cumbres, después de pasar dos noches en Villa General Belgrano. Tomamos la nueva ruta que lleva hasta Potrero de Garay. Ahí la referencia a seguir es San Clemente. Después se llega a Bosque Alegre y hay que seguir los carteles que indican Mina Clavero. La ruta está impecable y ofrece vistas increíbles que llegan hasta Villa Carlos Paz. De esta forma se evita tomar la ruta 5 (el camino tradicional) y abrirse varios kilómetros hasta Alta Gracia. Lo único que hay que contemplar es que a los cordobeses parece que les gusta manejar rápido por las cornisas, incluso cuando manejan camiones. En el camino hay algunos puestos que venden cueros de cabritos, ovejas y otros animales del lugar.

Antes de emprender el viaje hacia Yacanto visitamos La Cumbrecita "primer pueblo peatonal del país" según indica el cartel a la entrada. Parece salido de un cuento, aunque no lo eligiría para pasar todas unas vacaciones. Lindo subir, bajar y ver las casitas de estilo alemán, y también suficiente. Otra parada fue en Los Reartes, a unos 8km del centro de Villa General Belgrano. Basta dar una vuelta en auto para recorrer todo el pueblito, con su calle principal y pulpería. Con 300 años, es uno de los poblados más antiguos de Córdoba. La capilla de la Inmaculada Concepción, blanca, simple y coronada por dos campanas, es lo que más me gustó.

Capilla Inmaculada Concepción, Los Reartes

Hotel Yacanto, Valle de Traslasierra





El Hoyo 19 lleva directo a la chimenea de la próxima foto





Un espíritu golfista y familiar anima a este hotel donde impera el estilo inglés. Nos cuentan que en verano se llena de familias con niños pequeños, pero esta semana invernal, gris, con lluvia finita y chimeneas quemando leña durante todo el día, es casi todo para nosotros. Es como estar alojados en casa de unos amigos en donde nos movemos con total libertad.
La cancha de 9 hoyos y 20 hectáreas está pegada al hotel, y se accede a través de un puente que cruza el arroyo que suena constante de fondo.

La foto siguiente es de una cancha de golf en Villa General Belgrano, que tiene muy lindas vistas pero que no está cuidada como sí está la de Yacanto adonde seguramente volvamos. Para entonces espero haber mejorado mi swing y estar lista para salir a jugar.


Por lo pronto voy aprendiendo mirándolo a #marido.

Yacanto Golf Club
Besos,
Juli

domingo, 17 de mayo de 2015

Yo bordo

Casi como si fuera un mantra, el punto relleno se repite, y hace que el color de la lana le dé volumen al dibujo que al principio se limita a líneas azules algo lavadas sobre el liencillo beige.
Palabra nueva: liencillo (es la tela que se usa para pintar).

Endorfina pura. Aprender algo nuevo y ver que puedo crear con mis manos algo que no existía. 
Me asombra, me interesa y siempre quiero curiosear sobre los oficios de la gente. Por dónde empieza la producción de ciertos objetos o procesos. De qué se trata su trabajo, cómo transcurren sus horas, qué problemas resuelven. Y así descubro que hay quienes se dedican, por ejemplo, a desarrollar la mejor manera de tratar el agua que sobra de un proceso de producción antes de volcarla a un efluente que después llegará a un río. Impactan directamente en la calidad de vida de miles.
También están quienes se dedican a armar historias que despierten sensaciones de pertenencia o de identificación en los consumidores del producto que venden, para que estos quieran comprarlo más. También impactan en la vida de miles, aunque de una forma menos vital.
Y están quienes se dedican horas y horas a estudiar los hábitos de consumo de las personas según su edad, sexo, poder adquisitivo, nivel de educación, lugar de residencia, composición de su familia, lugar que eligen para hacer sus compras, etc.

No soy fanática de las marcas. Hay cosas que me gustan pero encuentro reemplazos con facilidad cuando no las encuentro en el mercado.
Creemos que elegimos lo que queremos, pero nuestras elecciones son limitadas, son inducidas, son premeditadas. Por otros.

Los pensamientos se descuelgan mientras la aguja lleva los puntos de atrás para adelante y de adelante para atrás, cuidando que no queden espacios visibles entre la lana. Me detengo a ajustar el bastidor -tiene que estar tenso para que el trabajo quede bien-, y reviso que el revés esté prolijo.
El desafío es que no queden penachos, nudos ni sobrantes de lana que rebasen las líneas del dibujo porque, si eso pasa, después esa lana del revés se transparentará a través del liencillo, más allá de los bordes de las flores y los tallos.

No me cuesta la prolijidad, por suerte. Nunca me gustó pasarme de las rayas cuando pintaba con marcadores (y viene bien la aclaración del contexto). Otros luchaban por dominar el pulso y así el trazo, que a veces se detenía en un sector haciendo que el papel empezara a gastarse y a escupir pelotitas en señal de protesta. Yo odiaba que me pasara eso. O que otras zonas quedaran lavadas porque el marcador se gastaba y rechinaba contra la hoja. En mis dibujos casi nunca faltaban el fuscia, el azul, el turquesa, el verde, el amarillo y el violeta. Todos me siguen encantando.

Mientras bordo también me transporto al colegio, a las clases de dibujo, a la hora de manualidades. Siempre las amé. Veinticinco años después, volver a preguntarme por qué las abandoné y encontrar razones que por lo absurdas me sacan una sonrisa, me pone contenta conmigo. Vuelvo a las clases de cerámica en River, tal vez mientras mamá iba a costura, con mi valija rosa chicle adornada con stickers en la que llevaba las espátulas, la arcilla y los polvos de colores que después serían pinturas. Alquimia. No terminaba de entenderlo, pero ahí está la cruz marrón con rosas en el centro colgada en la casa de mis padres, y la casita que parece una A en un mueble de la casa de mi abuela, para confirmar que en la vida no es tan importante entenderlo todo para avanzar.
Yo bordo. Por estos días, más de lo que escribo.
Dos Juanitas es responsable de mi nuevo hobby que tiene todo para convertirse en un vicio. Y si no, pregúntenle a #marido.
Este es un camino de ida, próximamente totorearemos. Sí, yo totoreo, tú totoreas, nosotras totoreamos, perdón Real Academia Española, pero estas son cosas que pasan.




Y esta soy yo, decidida a apelar al flower power de cara al otoño/verano que estamos teniendo en Buenos Aires.


Arrivederci!
Juli

jueves, 16 de abril de 2015

Que todo llega

Este feliz post trata sobre el cambio de lugar de residencia, en el perfil del blog.

Un cambio que implicó una mudanza, con todo lo que eso significa, y que fue la más feliz de todas las que viví hasta ahora. Las ideas ya no son para mi futura casa, sino para la casa en la que duermo cada noche y me despierto cada día.

Hace casi un año y medio que nos mudamos, y sin embargo de a ratos todavía me siento como Drew Barrymore en Fifty first dates. Abro los ojos, tomo conciencia del lugar adonde estoy y sonrío cuando vuelvo a caer en la cuenta de que es mi realidad.

Mi casa es el lugar adonde más me gusta estar.

Puede que sea una obviedad para los ordenados por naturaleza -yo tengo que hacer un esfuerzo para no desordenar todo en diez minutos-, pero cuanto más organizados están los espacios, más inspirada me siento para hacer todo lo que quiero hacer. Cuando hay desorden, cuando sobran cajas, cuando hay objetos dando vueltas sin lugar fijo, ropa, papeles, diarios y revistas (y los últimos tres en mi caso parece que se multiplican solos), menos energía siento, más agotamiento, menos creatividad.
Por eso desde hace un tiempo estoy en plan de sacar todo lo que sobra, y lo que no sobra pero no se usa sigue el mismo rumbo.

Me gustan los espacios despojados, aunque me cuesta lograrlos. Creo que es una cuestión de práctica y que tiene que ver con aprender a renunciar. La sensación que siento después de hacer una buena limpieza y de clasificar qué se dona, qué se regala, qué se recicla y qué se desecha, tiene algo que ver con lo que siento después de correr. Debo liberar endorfinas.

Hay mucha compañía por estos lados. A la mañana vienen los horneros y los gorriones. A la tarde las calandrias que eligen la parrilla para picotear los restos que hayan quedado del asado. Los teros y las lechuzas; los patos, las gallaretas, las nutrias y las liebres; las golondrinas, los aguiluchos, las ranas, las chicharras y las luciérnagas, me hacen pensar que los visitantes por acá somos nosotros.

A lo lejos se escucha cada tanto la bocina del tren, a veces la sirena de los bomberos y algún auto. Pero de noche el sonido de fondo es el del campo, y manda el silencio.


Ponerla linda y empezar a reparar en los detalles tiene que ver con las ganas de habitar esta casa en la que a la mañana el sol entra por los ventanales del living el tiempo justo para entibiarla.

Y estoy aprendiendo que habitarla es mucho más que estar.
  




domingo, 5 de abril de 2015

Guirnalda de cápsulas (o cómo utilizar las luces navideñas en otros momentos del año)

Hacía meses que tenía las cápsulas de café limpias y guardadas en uno de los frascos de acrílico de la cocina; tanto que me había acostumbrado a verlas ahí, coloridas y delicadas, pero las había limpiado con la idea de hacer una guirnalda de luces para decorar la galería.

El festejo de cumpleaños de #marido fue el motivo que me faltaba para poner en práctica la idea, aunque terminé usándolas en la chimenea.

Lavarlas fue más fácil de lo que había pensado, porque la parte de abajo, la que se perfora para que salga el café, es blanda. Solo hay que tener un poco de paciencia para que el resultado sea prolijo.
Las limipié de a una con la ayuda de una cuchara. El café que fui sacando lo usé para el compost -una de las tantas obra de #marido- que tenemos en el jardín.

Con un destornillador chiquito agujereé el aluminio de las setenta que usé, que eran todas las que tenía.

Para poner manos a la obra quería comprar una pistola de calor para pegar el aluminio a las luces, hasta que me di cuenta de que podía hacerlo perfectamente sin que estuvieran pegadas y que quedaban bien igual. Incluso pienso que quedan mejor porque tienen  movimiento. 


Después de perforar una por una, pasé las luces por los agujeros. Estos no tienen que ser muy grandes para que la pantalla improvisada no se salga.




Mi guirnalda recibió muchos elogios.
A mí me encanta cómo quedó y sobre todo me gusta poder darle un uso nuevo a algo que iba a ir a la basura.
Las luces quedan mejor si no son led (que tiran al azul y dan más frías). Yo usé estas porque eran las que tenía.

¡Espero que les haya gustado la idea y que se animen a ponerla en práctica!

Feliz Pascua.

Juli



sábado, 28 de marzo de 2015

Algo con la canela

Casi cumplo con lo prometido en el último posteo, de volver por acá antes de que terminara el verano. Casi, pero no. Este sigue siendo el #antiblog.

Hace una semana empezó el otoño en el sur del sur, y en casa ya prendimos la chimenea. ¿Exageramos? Bueno, pero nos encanta y nos convoca. Descubrí que el fuego es una compañía. Las llamas y los ruidos de la leña quemándose, le dan cierta identidad y son como un imán. Lo miro y me encanta pensar que seguimos haciendo lo mismo que los hombres de las cavernas.

El acolchado de verano ya fue a la tintorería y el edredón tomó su lugar en nuestra cama, con sus plumas y sus costuras en cuadrados que lo inflan.

Este tiempo también me hace volver a la cocina. Me llevo mucho mejor con el otoño, el invierno y la primera, que con el verano húmedo y arrollador. No hay nada que hacer. Disfruto del sol y de estar afuera todo el día, pero no compro la oferta de 32ºC + humedad. Prefiero los días frescos con sol, ideales para ser turista.

Hoy volví para compartir una de mis recetas favoritas. Con mi amiga Vir nos gusta prepararla juntas. Ella sugirió que el título fuera sobre algo con la canela y lo tomé textual, como verán. A las dos nos encanta esta especia. A mí me transporta a la casa de mi abuela materna. A mi abuelo le encantaba la sémola con canela y con cáscara de naranja rallada. A mí también, pero sin la cáscara. Cuando nos quedábamos a dormir con mis hermanos yo siempre me comía un plato sentada al lado de mi abuelo. Mi abuela nos la servía en sus platos hondos de vidrio color caramelo, después de revolverla un buen rato en el fuego para que no se hicieran grumos. Imposible no recordarlo cada vez que destapo el frasco donde la guardo.


(Ojo con la producción que hice para presentar mi receta eh. Lo más lindo es que agarré cosas que me gustan y que tengo a mano en casa).

Va la receta:  
Apple crumble

  • 4 manzanas verdes (o más si tenés una pirex y un horno más grande que el mío que es eléctrico y parece un hornito bebé).
  • 150 gramos de azúcar.
  • 150 gramos de harina.
  • 120 gramos de manteca. 
  • Canela, una pizca. 

Hay que pelar y cortar las manzanas en rebanadas finas, y cubrir la fuente con varias capas.
Espolvorear la canela, todo lo que quieras pero ¡ojo! que si ponés mucho tapás el sabor del resto de los ingredientes.
Mezclar con la mano la manteca fría, el azúcar y la harina, hasta que quede una masa arenosa. Espolvorearla sobre las manzanas y llevar la preparación a horno moderado/fuerte, precalentado, hasta que la parte de arriba esté dorada.
Se puede servir con helado de crema o con crema batida pero no necesita tanto para ser deliciosa.



¡Espero que la prueben!
Besos y arrivederci,
Juli

jueves, 26 de febrero de 2015

Yo tenía un blog

Hola. Este es casi un nuevo comienzo. Al parecer, vivo comenzando acá.

El blog cumple con varios puntos del listado de las cosas que no hay que hacer si uno quiere generar audiencia y mantenerla, claro. Pero bueno, son mis reglas y -por el momento-, admite deslices y plazos que cruzan el calendario de un año al otro. Y estaciones.

Nada de lo anterior me convence pero necesitaba justificarme. ¿O era mejor comenzar como si nada?

Falta poco para que el otoño vuelva a Buenos Aires, y uno de mis últimos posteos hacía referencia a la última vez que las hojas cayeron secas de este lado del hemisferio.
Catalina no camina, pero gatea fuerte. Sí, la bebé recién nacida de la última vez que me digné a escribir.

Pasaron cosas, como en la vida de todos. A mí algunas me atravesaron, pero aquí estoy, de pie y entera, que no es poco. Cuanto más se vive más se sufre, pero mucho más se goza. Esas reglas no las pongo yo, ni descubrí América, es sólo que estoy empezando a vivirlas.

Poco y nada leí el año pasado. El cambio del charter por el auto tiene todo de bueno, salvo que no puedo manejar y leer al mismo tiempo. Pero me quedo con la libertad de ir y venir adonde y cuando quiero.

En lo que va de 2015 empecé un diario que ya quedó trunco, al menos hasta nuevo aviso. El tema que lo inspiraba era demasiado específico así que creo que tendré que darle un nuevo giro, o esperar a que ese capítulo se vuelva a abrir para mí.

Leí un libro bien de playa, tanto que por momentos me costó digerir tantos lugares comunes, pero llegué al final. Fue La canción del mar, de Gloria Casañas. Me divirtió sobre todo que transcurre entre la Buenos Aires de fines del siglo diez y nueve (una época que me atrae de la Historia Argentina), y la ciudad de Mar del Plata que apenas estaba naciendo. La historia de la familia de #marido está emparentada con esta ciudad veraniega, y me entretenía leer nombres que escuché alguna vez en la explicación del árbol genealógico familiar.

Empecé El mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt (la mujer de Paul Auster. Reniego de presentarla como "la mujer de" pero aún lo hago). Se puede leer por partes el relato del experimento social de la artista Harriet Burden, sin perder el hilo. Cada vez que lo retomo siento que escribir y publicar es fácil. De ella había leído La mujer temblorosa y Todo cuanto amé. Este último libro es de esos que logran parecerse a la vida.

También planté varias oleos texanas en el jardín, para completar el lado del cerco que faltaba. Fue un trabajo en equipo, como tantos de los que hacemos con #marido desde que nos mudamos a nuestra casa. Estoy aprendiendo sobre plantas, árboles y pájaros.

Ahora estamos sacándole la pintura vieja a esta puerta comprada por Mercado Libre, que pesa más de lo que mis brazos pueden mover. Es antigua, robusta y muy alta. La vamos a poner para tapar la escalera que por ahora lleva al techo, hasta que construyamos el segundo piso, y que mientras tanto nos sirve de lugar de guardado.



Mientras está en la galería, el hueco que se forma entre el marco y la puerta le sirve de casa a esta lechuza que tiene el ala lastimada :(.


Prometo volver por acá antes de que termine el verano.
Juli