domingo, 17 de mayo de 2015

Yo bordo

Casi como si fuera un mantra, el punto relleno se repite, y hace que el color de la lana le dé volumen al dibujo que al principio se limita a líneas azules algo lavadas sobre el liencillo beige.
Palabra nueva: liencillo (es la tela que se usa para pintar).

Endorfina pura. Aprender algo nuevo y ver que puedo crear con mis manos algo que no existía. 
Me asombra, me interesa y siempre quiero curiosear sobre los oficios de la gente. Por dónde empieza la producción de ciertos objetos o procesos. De qué se trata su trabajo, cómo transcurren sus horas, qué problemas resuelven. Y así descubro que hay quienes se dedican, por ejemplo, a desarrollar la mejor manera de tratar el agua que sobra de un proceso de producción antes de volcarla a un efluente que después llegará a un río. Impactan directamente en la calidad de vida de miles.
También están quienes se dedican a armar historias que despierten sensaciones de pertenencia o de identificación en los consumidores del producto que venden, para que estos quieran comprarlo más. También impactan en la vida de miles, aunque de una forma menos vital.
Y están quienes se dedican horas y horas a estudiar los hábitos de consumo de las personas según su edad, sexo, poder adquisitivo, nivel de educación, lugar de residencia, composición de su familia, lugar que eligen para hacer sus compras, etc.

No soy fanática de las marcas. Hay cosas que me gustan pero encuentro reemplazos con facilidad cuando no las encuentro en el mercado.
Creemos que elegimos lo que queremos, pero nuestras elecciones son limitadas, son inducidas, son premeditadas. Por otros.

Los pensamientos se descuelgan mientras la aguja lleva los puntos de atrás para adelante y de adelante para atrás, cuidando que no queden espacios visibles entre la lana. Me detengo a ajustar el bastidor -tiene que estar tenso para que el trabajo quede bien-, y reviso que el revés esté prolijo.
El desafío es que no queden penachos, nudos ni sobrantes de lana que rebasen las líneas del dibujo porque, si eso pasa, después esa lana del revés se transparentará a través del liencillo, más allá de los bordes de las flores y los tallos.

No me cuesta la prolijidad, por suerte. Nunca me gustó pasarme de las rayas cuando pintaba con marcadores (y viene bien la aclaración del contexto). Otros luchaban por dominar el pulso y así el trazo, que a veces se detenía en un sector haciendo que el papel empezara a gastarse y a escupir pelotitas en señal de protesta. Yo odiaba que me pasara eso. O que otras zonas quedaran lavadas porque el marcador se gastaba y rechinaba contra la hoja. En mis dibujos casi nunca faltaban el fuscia, el azul, el turquesa, el verde, el amarillo y el violeta. Todos me siguen encantando.

Mientras bordo también me transporto al colegio, a las clases de dibujo, a la hora de manualidades. Siempre las amé. Veinticinco años después, volver a preguntarme por qué las abandoné y encontrar razones que por lo absurdas me sacan una sonrisa, me pone contenta conmigo. Vuelvo a las clases de cerámica en River, tal vez mientras mamá iba a costura, con mi valija rosa chicle adornada con stickers en la que llevaba las espátulas, la arcilla y los polvos de colores que después serían pinturas. Alquimia. No terminaba de entenderlo, pero ahí está la cruz marrón con rosas en el centro colgada en la casa de mis padres, y la casita que parece una A en un mueble de la casa de mi abuela, para confirmar que en la vida no es tan importante entenderlo todo para avanzar.
Yo bordo. Por estos días, más de lo que escribo.
Dos Juanitas es responsable de mi nuevo hobby que tiene todo para convertirse en un vicio. Y si no, pregúntenle a #marido.
Este es un camino de ida, próximamente totorearemos. Sí, yo totoreo, tú totoreas, nosotras totoreamos, perdón Real Academia Española, pero estas son cosas que pasan.




Y esta soy yo, decidida a apelar al flower power de cara al otoño/verano que estamos teniendo en Buenos Aires.


Arrivederci!
Juli