lunes, 26 de diciembre de 2016

Hacerle lugar a lo nuevo

Ordenar es una tarea tediosa cuando es impuesta, que puede convertirse en un buen programa cuando se tiene en mente el objetivo final: hacerle lugar a lo nuevo y rodearse solo de las cosas que dan alegría.

Último lunes del año, post Navidad y de vacaciones. Sola en casa, disfruto del silencio entrecortado por los pájaros y aprovecho que el calor no agobia -porque sopla viento después del 25 de diciembre más lluvioso de la historia-, para sentarme a escribir.  

Como las cosas que llegan en el momento justo, hace tiempo que el libro de la japonesa Marie Kondo, La magia del orden, empezó a aparecer en la reseña de una revista, en el comentario de un blog, en la experiencia de alguien que lo estaba leyendo, y siempre me generaba la misma sensación: es para mí.

Es para mí que soy de esas personas que cada vez que hablan con una amiga le cuentan que están haciendo orden de placard (y mandan foto, claro). Orden que en promedio dura unos cuatro días, hasta que la ropa vuelve a revelarse en una pila deprimente o en estantes detonados por un misil teledirigido.

Es para mí que tengo unos ¿veinte? libros apilados en la mesa de luz y apuntes, libretas y libretitas en todos los rincones de la casa, porque me gustan y ahí voy anotando ideas, cuentas, listas, notas varias, etc.

Es para mí que, aunque ordene, siempre dejo una pila de papeles varios en una punta de la mesa o del mueble.

Es para mí que disfruto del orden, que reconozco que me causa placer, que me genera armonía, aunque me cueste mantenerlo.

Es para mí que me gustan los espacios limpios, aireados y despojados y que huyo de los adornitos que juntan polvo.

Mi marido dice que me gusta juntar basura.

Al parecer, el temita de los papeles es una deformación profesional. Me gusta leer, estudié comunicación, pero esa excusa ya no me convence. Me gusta el papel, me gustan las librerías, las de los libros y las de artículos de librería con olor a tinta y goma, pero la acumulación desordenada hace que no sepa ni lo que tengo, porque no lo veo, porque no me acuerdo que esas cosas existen y porque cuando me pongo a revolverlas siento que están viejas, feas, amarillentas. Les falta aire. De eso habla Marie Kondo en una parte de su libro, de las cosas arrumbadas a las que les falta vida. Dice que hay que dejarlas ir: usarlas, donarlas o tirarlas. No importa si son un regalo. ¿Fuerte eh? Hay que soltarlas.

Sugiere rodearse solamente de los objetos que causan alegría. Dice que hay que tocar las cosas para saberlo y que hay que ordenar por categorías, empezando por lo más fácil hasta llegar a los objetos que tienen mucha carga emotiva como las cartas y las fotos.

Yo no lo apliqué de un tirón como ella recomienda, pero sí arranqué por el cajón de la mesa de luz y entre otras cosas me deshice del documento de los 16 años y de tres pasaportes viejos. ¿Para qué los guardé tantos años? no sé. ¡Ni que los sellos de migraciones me llevaran de vuelta de viaje!

Decidí comprar un tacho para reciclar y me dedico a buscar con qué puedo llenarlo. Me da doble satisfacción ver que me voy desprendiendo de cosas que solo ocupaban lugar, y que el tacho de basura común tarda mucho más en llenarse.  

"Cuando pones tu casa en orden, también pones en orden tus asuntos y tu pasado. Como resultado, puedes ver con claridad lo que necesitas en tu vida y lo que no, lo que debes hacer y lo que no". 

Y sí que compro esta idea.

"El rebote ocurre porque la gente cree erróneamente que ha organizado a fondo cuando, en realidad, solo ha ordenado y guardado una parte de las cosas". 

Esta me calza justo a mí que, como les dije, vivo haciendo orden de placard.



La tecnología obsoleta es en mi caso otra de las categorías que atentan contra lo que pretendo lograr. Lo mismo que los apuntes de la facultad que es obvio que no voy a usar nunca, nunca, nunca (repito tratando de autoconvencerme), y de la caja de recuerdos personales que traje de mi casa de soltera. En cuanto la encuentre sale volando al tacho de reciclado. Lo digo muy suelta pero hay que abrirla, ver las cosas y decidir, todo según el método KonMari, ¿no?

Nunca me consideré buena ordenando. Cuando era chica y compartía el cuarto con mi hermana era ella la que ordenaba el armario y hacía las valijas. Cuando se fue de casa casi muero.

Una de las cosas que dice el libro es que las personas suelen acumular la misma clase de objetos en distintos lugares de la casa, por eso marca la importancia de ordenar por categorías y no por ambientes. Pruébenlo y van a ver que es verdad. Abrís un cajón, el otro, y el otro, y sentís que estás ordenando el primero porque en todos lados hay las mismas ¿porquerías digamos?

Yo no sé si es la última semana del año que me inspiró a terminar de escribir este post, pero vengo desde hace tiempo dándole vueltas a la idea de vaciar la casa de todo lo que ya no necesito, de desprenderme de las cosas que arrastro y que me pesan, de hacerle lugar a lo nuevo. Y sé que no soy la única con este impulso. No entiendo mucho de cómo afectan los planetas en esto pero sospecho que tal vez algo tengan que ver.

Cada uno tendrá sus motivos. El mío, el principal, el que me empuja a soltar definitivamente lo que ya no suma en mi vida y a abrirle la puerta a lo nuevo, me patea desde la panza mientras termino de escribir, recordándome que dentro de poco estará acá revolucionándolo todo, y que necesita lugar.




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