sábado, 5 de agosto de 2017

Canela y nuez moscada (algo sobre mi abuela Esther)

Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón tironeado por la tristeza de saber que te fuiste y la paz de saber que ya era lo que querías, acá estoy, vengo a escribirte, abuela. Sé que me mirás atenta, que estás acá conmigo.

Mi hijo duerme en su cuna, Hilario Jacinto, mi bebé de cinco meses, uno de tus ocho bisnietos. ¡Ocho, abuela! Y fantaseabas con tener un tataranieto, -“es lo único que me falta”, decías- porque a tus 93 años seguías pidiéndole cosas a la vida, y nosotros te decíamos que no te desubicaras, que Sofi, tu nieta más grande, tiene 16.

Y querías que la gente se casara también. El estado civil de tus nietos era un tema. A Agus le preguntabas por su esposo, ella te explicaba que no se casó todavía, y le aconsejabas que esperara un poco para tener hijos. A Flor le preguntabas cuándo se iba a casar y si se iba a casar por Iglesia. Nos reíamos aunque a veces te ponías insistente con el tema.   

No sabés lo feliz que estoy de que hayas conocido a Hilario. Me guardo para siempre tu felicidad cuando lo llevé a tu casa recién nacido. Enseguida lo alzaste y le cantaste “qué linda manito que tengo yo”. En tus ganas de apretarlo y besuquearlo fuerte me vi a mí, la vi a mamá y esa cosa que tenemos con los bebés las mujeres de la familia. De algún lado nos viene.

Supiste de nuestra búsqueda de años y nuestro dolor en la espera. A veces tu consuelo me enojaba un poco. Me decías que vos le preguntabas a Dios, “por qué yo pude tener dos juntos y Julieta no puede tener uno”, pero sabía que tratabas de animarme a tu manera, contándome todos los rosarios que rezabas por día y cómo le pedías a Dios por nosotros. Y vaya si te escuchó, abuela.

Mientras te operaban esta última vez, caminaba al sol con Hilario y rezaba el rosario, ahora yo, pidiéndole a Dios que se hiciera su voluntad, dándole gracias por tu vida larga y fecunda, pidiéndole que no sufrieras. Y te envidié un poquito sabiendo que faltaba poco para que volvieras a ver al abuelo Ernesto, a tu amor, a tu viejito, “el mandamás, mi hombre, mi todo” como dijiste alguna vez delante de mi marido, que no tuvo mejor idea que empezar a decir que él es mi mandamás. Imaginate mi cara, abuela.

Cuando era chica, un día, saliendo de tu casa de Villa Adelina, le dije a mamá que cuando fuera grande quería ser como vos que no salías nunca de tu casa. Me miró y me dijo que me lo iba a recordar cuando fuera grande. Me conocía mamá. Y si bien no estoy todo el día en mi casa, como vos, hay una parte de mí, casera, puertas adentro y doméstica, que sin dudas la heredé.

De vos tomé la costumbre de ir a la cama con un vaso de agua “por si a la noche te agarra sed”. El tuyo era largo, de plástico verde agua o celeste, y lo llenábamos siempre en la mesada justo al lado de la heladera, en su cocina de la calle Los Ceibos. Entonces subíamos ya listos para ir a la cama, tal vez peleando con Luciana a ver quién iba a dormir al lado tuyo esa noche.

Al abuelo lo mandábamos al cuarto de al lado. Si estaba Fede también le tocaba otro cuarto. Nosotras hacíamos la famosa “cadena de la rascada”, un ratito para un lado y un ratito para el otro rascándole la espalda a la de al lado. A la del medio siempre le hacían cosquillas pero también siempre tenía que hacer. Las de las puntas descansaban pero también les tocaba hacer cosquillas sin que les hicieran. Eran las reglas. Mientras vos nos contabas cuentos con vos suavecita, en un susurro que por momentos era más alto, haciendo un chasquido con la boca cuando decías la t y pronunciando la s con la lengua bien pegada al paladar. Nos encantaba ese sonido y te pedíamos que nos contaras siempre los mismos cuentos. Los tres chanchitos y Blancanieves no faltaban nunca. Y tus cosquillas llegaron hasta tus tres bisnietas mayores que se sentaban al lado tuyo para que les hicieras en cada brazo. 

Fuiste buena, muy buena abuela. Nos dejabas ayudarte a planchar en tu lavadero enorme del piso de arriba, aunque tardaras el doble, y salíamos con vos a colgar la ropa en la terraza llena de sol e impregnada por el perfume del jazmín de leche que se enredaba en la reja que daba al patio. Desde ahí saludábamos siempre a Don Mateo, tu vecino viejito con boina, y veíamos tu parra de uva chinche desde arriba. Las uvas verdes contrastaban con el morado del piso de baldosas del patio. Ahí estaba también la parrilla que algún tío o el abuelo prendía los domingos para el asado. No puedo centrifugar ropa sin acordarme de tu viejo y robusto Koh-i-noor. Estaba prohibido tocar la tapa mientras la ropa giraba adentro con furia. El jabón blanco y los pañuelos del abuelo secándose pegados a los azulejos. El otro día charlamos de esto por teléfono y te acordaste de que así no hacía falta plancharlos.  

Sábados a la noche viendo la tele hasta que decía “aquí finaliza la transmisión Argentina Televisora Color” y se veía un mapa de la Argentina. Con el abuelo veíamos a Calabró cuando hacía “El Contra”. Él se mataba de risa ya en pijama y con sus chancletas de cuero bordó.

Los azulejos de su cocina estaban empapelados por nuestros dibujos. Unos genios. Las paredes estaban copadas por nosotros, sus nietos. Nunca faltaban las hojas. La lata de marcadores y lápices con punta siempre estaba llena, tenías otra con juguetitos de esos que venían en los chocolates Jack que papá le regalaba a mamá cuando eran novios, nos contabas. Vos los habías guardado y nosotros jugábamos con eso. En otra lata tenías peines, hebillas y gomitas para cuando te tocaba hacer de clienta de nuestra peluquería. Y te reías a carcajadas con los peinados locos que te inventábamos con Lu y con Flor.    

Tenías muchas latas de todos los bombones que te compraba el abuelo, pero sin dudas la mejor era la que estaba arriba de la tele de su cuarto, porque estaba siempre llena de monedas doradas de chocolate semi amargo, mentitas Suchard, caramelos de dulce de leche, frutillitas de esas que vienen con un palito verde, gallinitas de azúcar y algún que otro Media Hora. Era llegar y correr por las escaleras hasta arriba para ver por dónde íbamos a empezar. No había límite. Tal vez una sugerencia de no comer tanto para que no nos doliera la panza después, pero nada más.
   
Tu sémola con leche merece un capítulo aparte. Yo la comía a la par del abuelo. La mía solo con canela, a la de él le agregabas cáscara de naranja. Me encantaba y repetía el plato hondo de vidrio amarillo, lleno. Escucho tu cuchara revolviendo el fondo del cacharro cuadrado sobre el fuego de la hornalla, para que no se hicieran grumos. De ahí mi amor por la canela que perdura hasta hoy. La huelo y me lleva directo a tu cocina, a esas noches de los años 80 en su casa de Villa Adelina. Y tampoco puedo rallar la nuez moscada, que le pongo a casi todo lo que cocino, sin pensar en vos que le decías nuez “noscada”. Nunca te corregimos porque nos encantaba que le dijeras así. Tampoco me importaba que cada tanto me dijeras “Yuli” con y griega. “Hola Yuli”, me dijiste el martes pasado cuando fuimos a visitarte con Hilario, Agus y Flor. “Mirá quién vino, ¡vino Julieta con Hilario!” y eras feliz.

Acá tu Tortuguita, y vaya uno a saber por qué el abuelo me puso ese apodo, llora. Porque duele saber que no voy a sentir más tus cachetes duros sin arrugas, con tus pómulos saltones, porque no voy a tocar más tus manos frías, con tus deditos doblados por la artrosis y los años. Porque la ausencia física es una certeza y el saber que eso es para siempre duele en el corazón. Porque los abuelos son nuestras raíces más hondas y con vos se va también una parte de mi vida. 

Sé que estás en el cielo con tu viejito que te esperaba hace años con un ramo de rosas en las manos. Lo sé abuela. Estás sonriendo, se abrazan los dos y mientras comen algo dulce, tal vez un merengue gigante con crema y dulce de leche, se ponen al día. Le contarás de cómo crecimos, de todo lo que viviste estos años en los que él se te adelantó.



Sé que no te duele nada y que ya no estás cansada, abuela, y que tu sonrisa es enorme, como en la foto de esta tarde.  

Interrumpí la escritura para ir a atender a Hilario que quería comer. La vida llama siempre, abuela. Vos lo supiste y así viviste hasta el final. Nos demostraste que se puede cuando se quiere. “Todo es cuestión de querer” solías decir desde que tengo memoria. Y ya no estabas con tantas ganas de seguir acá. Extrañabas al viejo y nos lo decías cada vez más seguido. Soñabas que estabas con él y te despertabas feliz.

El miércoles hablamos antes de que te operaran. Te mostré a Hilario que dormía la siesta y me tirabas besos por video llamada. “Este no es un lugar parar que vengas con el bebé”, me dijiste mientras movías el dedo diciendo que no. Y antes de entrar al quirófano Agus te mostró el video de Hilario moviendo su mano mirándola fijo, su último descubrimiento. Me dijo Agus que te reías cuando lo viste y se me alegró el corazón. También llorabas diciendo que tenías miedo de no volver a vernos a todos y que nos ibas a extrañar. Pero saliste bien de la operación, superaste la anestesia y te recuperaste enseguida. Fuiste consciente de que estabas bien. Y querías irte a tu casa, estabas ansiosa por llegar. Querías irte así, con tus hijos, en tu casa, al lado de tu pajarito, mirando tu patio, tus flores y los árboles del pulmón de la manzana. 

Antes de irse a comprar tus remedios con mamá, Agus, de vuelta Agus, te mostró la foto que le sacamos a Hilario y Benicio ayer. Te reías diciendo “mirá qué gordo que está, los rollos que tiene”. Y al ratito, después de tomar el té, sin darte cuenta, te fuiste abuela.

De chica no podía irme a entrenar si no los llamaba por teléfono día por medio a vos y al abuelo. De adolescente te mandaba cartas por correo, así como cuando yo era chica ustedes me mandaban un telegrama el día de mi cumpleaños para saludarme, además del llamado. Era divertido.

La semana pasada hablamos de Luján, de cómo le gustaba ir al abuelo a ver a la virgen, de cuánto iban ustedes y de cuando nos llevaban a nosotros. Te conté que había encontrado dos medallitas que ustedes me habían traído alguna vez. Me mostraste una muy parecida que llevabas colgada en tu cadena junto con una imagen grande del Sagrado Corazón.  

Hoy, antes de ponerme a escribir me puse a buscar en You Tube videos de ATC de los años 80. Esperaba escuchar “aquí comienza el horario de protección al menor” o “transmite Argentina Televisora Color”, y en vez de eso encontré un video del viejo canal 9, muy cortito, que empezaba con una imagen de las dos torres de la Basílica de Luján y un texto que decía “Dios es mi descanso”.
Gracias abuela.

Gracias también por los jaboncitos y los pañuelos bordados para los cajones de la ropa, por tu colonia inglesa, por todos los tutti frutis que jugamos en la mesa redonda de tu cocina, por todos los chocolates y cafés con leche que nos preparaste a tus nietos, por servirnos el helado de limón y dulce de leche que comprábamos con el abuelo, en tus tazas de vidrio con manijas de plástico. Por tomarte el colectivo 700 cartel blanco para venir a visitarnos desde tu casa, feliz.

Te vamos a extrañar.

Ahora estás en el cielo. Tenés nietos y bisnietos alrededor, te precedieron temprano, almas de luz, ángeles de Dios que te besan y abrazan por nosotros, hasta que nos toque volver a encontrarnos.

Mujer humilde. Mujer difícil. Mujer cariñosa, viejita linda. Testadura, como tu apellido. Como todos, tuviste tus sombras con las que luchaste hasta el final. Y al escucharte aprendí que de verdad la lucha interior no termina nunca mientras estemos vivos. No importa cuan grandes seamos, adentro somos los mismos. Uno elige con qué se queda y qué sentimientos alimenta. La gratitud, la misericordia, el egoísmo o el rencor. Uno vive como quiere y como puede, con lo que es, con lo que tiene y como le sale. Lo importante es amar y seguir intentando. Supiste reírte de vos misma, te prestaste al juego hasta el final y hoy dijiste "más no le puedo pedir a la vida". 

Yo te voy a extrañar toda la vida, abuela.

Cuánto amor, cuántos años, cuánta vida, cuánta gratitud, cuánta fiesta hay hoy en el cielo, abuela.

¡Gracias!


Juli


8 comentarios:

  1. Que lindas palabras Juli..
    Te abrazo fuerte!

    ResponderEliminar
  2. Hermoso volver a pasar por acá. Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Ay Juli con lagrimas en los ojos te digo que lindo lo que escribiste, mejor redactado imposible...Ese don que te dio Dios, yo en mi silencio y en la distancia tengo el corazon lleno de dolor pero en paz, le dimos generosamente todo nuestro amor y nuestro tiempo...y los bisnietos que ella tanto anhelaba...Te quiero juli quiero mucho a la familia...beso grane

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lu! me alegra haber podido decir algo que te haya hecho sentir identificada. Te quiero mucho. Beso grande y abrazo fuerte.

      Eliminar
  4. Her mo so! Feliz de haberla conocido, lo que me hizo reír cada vez que la veía! Y me agarraba la mano fuerte... Que en paz descanse ❤️

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Vane. Y qué bueno que hayas podido conocerla y que haya podido disfrutar del regalo de Juan Benicio. Beso grande

      Eliminar